Los sueldos de los banqueros | Economía

¿Son lógicas las remuneraciones de los presidentes y altos ejecutivos de la banca y la gran empresa? Depende de los casos. Pero bastantes veces generan escándalo comparativo, en general se explican mal y en algún caso se justifican peor.

La banca americana funcionó en 2023 menos que regular, sus beneficios cayeron en el cuarto trimestre casi un 45% interanual, entre otras razones por las secuelas de la crisis de Sillicon, Signature y First Republic: los percances por créditos fallidos crecieron 5.000 millones en el último trimestre y el Gobierno impuso a los grandes una contribución de 16.000 millones de dólares al fondo de garantía de depósitos.

Pero los bolsillos de los dirigentes de los grandes bancos de inversión no notaron nada, al contrario. Goldman Sachs pagó a su consejero delegado, David Solomon, 31 millones de dólares (un 24% de aumento sobre 2022), pese a que cerró el peor de sus últimos cuatro ejercicios. Y lo que denota más la imperturbabilidad del poder: “pese al impacto negativo de sus estrategias” en el desempeño de la entidad a corto plazo, el banco trató de justificar la medida porque Solomon fue “clave en reorientarla a una posición mucho más fuerte”. JP Morgan registró beneficios récord e incrementó a Jamie Dimon un 4%; Morgan Stanley ganó 12.900 millones (12.750 en 2022), pero bonificó mucho más, un 17,5% (37 millones) a su jefe cesante, James Gorman.

La gran banca española fue mucho mejor (26.000 millones de beneficio), por el alza de tipos de interés sin consecuencias de quiebras y sin favorecer al depositante, así como por el subsidio directo del 4% decretado por el BCE a sus depósitos en los bancos centrales nacionales. Así que los beneficios convencionales más los caídos del cielo también favorecieron a algunos ejecutivos, aunque a menor ritmo: Ana Botín (Santander) ingresó 12,2 millones (un 4% más). Y Carlos Torres (BBVA), 7,6 millones (un 0,8%), tras empujar los beneficios a 8.019 millones.

El debate sobre la remuneración de los banqueros suele compararlos con ejecutivos de otros sectores productivos y capas sociales. Pero hay otra discusión pendiente quizá prioritaria. ¿Incorpora la retribución todos los reveses debidos a la gestión propia, como en el caso del bloqueo de cuentas en el Santander de clientes iraníes sancionados por terrorismo? No hay constancia positiva.

Eso reverbera la polémica posterior a la Gran Recesión de 2008: la persecución del beneficio a corto plazo como estrategia unívoca (y base en la métrica de muchos bonus teóricamente variables a las cúpulas) incentiva un riesgo que puede llegar a ser peligroso. También para las arcas públicas, garantía implícita de cualquier rescate. Por eso habría que repensar la homeopática Ley 10/2014 de Ordenación, supervisión y solvencia de entidades de crédito de 2014, en la práctica limitada a evitar que la parte variable de la retribución supere a la fija (artículo 34). Quizá cabría armonizar algunos elementos de los sistemas de retribución —o fijarles límites, como a las entidades con presencia pública, artículo 35— y garantizar una mayor transparencia en su información al público.

En la gran empresa también hay de todo, incluidas las resistencias a repercutir los malos resultados en el bolsillo del alto mando. Cierto que Telefónica perdió 892 millones y recortó a su presidente, José María Álvarez-Pallete, un 6,9%, hasta 6,32 millones de euros; Repsol ganó 3.618 millones, un 25,5% menos que en 2023, pero a su consejero delegado, Iosu Ion Imaz, solo le bajó un 5% (a 3,9 millones).

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By Vanesa Pinto Gómez

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